viernes, 8 de octubre de 2010

SI PUDIERA RECORDAR

Si pudiera recordar
todos los rostros que han ido pasando por mi juventud,
toda la gente olvidada y todas las caras perdidas
que ya nadie recuerda y que yo no soy ahora y tampoco recuerdo.
No sé si estamos cerca de la nada
o todavía nos queda luz. En el puente
cortado por la lluvia
el pasado era un cadáver dulce
y el futuro un espejo sin resolver.
Sin descifrar el camino. Porque en la nieve
aún había fuego
y en la estatua de la memoria
la inmovilidad perturbada quería latir
como casi siempre una sonrisa que no puede dibujarse.
Amanecer de nuevo
en la duda que creía extinguida
y acordarme de ti
como un ejercicio de dolor absurdo.
Tal vez ahora
la distancia sea un túnel sin salida
(porque en el fondo no hay nada y siempre es tarde
al final de toda alucinación abierta a ti
y sobrevenida como una tierra baldía
o como una rama seca.)
Pero las piedras del crepúsculo
me obligan a pensar en ti, y no quiero.
Pero la tarde es un paisaje de ceniza.
Sé que me escuchas ahora
y que sabes que en el fondo me gusta esta rutina:
hacerme daño y que mis manos sangren
y me duelan los ojos de tanto mirarte.
Pero en las ruinas no hay olvido porque están siempre presentes.
Tal vez ahora
no necesites más poemas para cerrar la puerta.
La casa estaba fría y las luces apagadas,
y el calor de tu cuerpo era mentira.

Anoche me desvelé de nuevo
y le di las gracias al insomnio.
A las cinco de la madrugada ya no podía volver a dormir.
Fui a dar un paseo por la ciudad.
(Esta mañana
me he tumbado en un banco de piedra
de la plaza de Anaya,
y he mirado al cielo,
y he levantado un brazo,
y he señalado a las nubes con el dedo índice
en un rapto de silencio, de luz y de aire.
Y he sentido algo que no puedo explicar.)


Luis Llorente Benito,
de La rutina de la nieve (abril-junio 2009), editado en 2010

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