lunes, 28 de febrero de 2011

INSOMNIO

El insomnio.
Viene de muy lejos
y se sienta otra vez entre mis brazos.
El grito mudo de un perro.
La tarde antigua
donde besé tus ojos
y el niño ardió con su ceguera.
Alguien dejó estas flores amarillas,
y ahora el pulso, la boca del mundo,
reaparece y juega con nosotros,
con nuestras sombras errantes,
con los hielos que se quejan de la luna.
Y una noche
desvestida a la intemperie,
y estás aquí, y te veo ahora llorar
tras el espejo de los años
y nuestro fuego es una casa compartida
como la sangre de entonces.
El tiempo sobre el agua
dibuja las promesas escondidas,
y un extraño amanecer nos debilita como lluvia.
Entonces el viaje, la partida,
la posesión de lo sagrado y el destino de tu cuerpo.
Dónde irás ahora que te veo,
ahora que pasas hacia nunca
por las esquinas de la fría madrugada,
sucias e insolentes como las puertas de los años,
que se abren como tumbas
sobre jardines vacíos,
y no hay nada a qué aferrarse,
y el amor ni siquiera es una máscara,
ni la niebla que desdice los perfiles,
ni el latido de relojes profanados,
que no están, que se extinguen con la aurora,
que regresan a veces en el pulso de la noche,
sobre el muro de las horas grises,
la tibia respiración de los insomnios,
ardiente, muda, y el fuego vence
a la ceguera y a la mansedumbre del canto.

Y te miro, te sigo viendo,
pasas como el tiempo en las ventanas de marzo,
en las calles de la sal,
como un páramo frío de invisibles habitantes.
Y yo soy el sonámbulo y el muerto.
El que recorre la casa
con la soledad del cuerpo.
El pasillo, el silencio. El violín de los fantasmas,
el solitario que se derrumba hacia las estrellas
y vomita rosas en su tedio.
(La mesa desgastada,
los libros, los cuadernos,
la ropa en la silla, el zumbido de la lámpara,
mis pies tan sucios y tan largos).
Porque mi cuerpo está lleno de tierra.
Porque soy el que se gira hacia la luz,
y persigue una sombra,
y ensaya la muerte en cada cama,
cada noche sin tiempo, donde se abren
las sílabas del sueño, y se esconden los ojos
como guaridas hacia dentro.

Y muero.
Estoy muriendo ahora.
Aquí, como carta de suicida.

(La noche. El insomnio. Las agujas del tiempo
como pieles de serpiente. La persiana
contra la alta noche, y mañana gritando
contra el nuevo día).

Entonces comienza este poema.


Luis Llorente
*madrugada del 28 de febrero de 2011

viernes, 25 de febrero de 2011

PARA LLORAR

Es para llorar que buscamos nuestros ojos
Para sostener nuestras lágrimas allá arriba
En sus sobres nutridos de nuestros fantasmas

Es para llorar que apuntamos los fusiles sobre el día
Y sobre nuestra memoria de carne
Es para llorar que apreciamos nuestros huesos
y a la muerte sentada junto a la novia
Escondemos nuestra voz de todas las noches
Porque acarreamos la desgracia
Escondemos nuestras miradas bajo las alas de las piedras
Respiramos más suavemente que el cielo en el molino
Tenemos miedo

Nuestro cuerpo cruje en el silencio
Como el esqueleto en el aniversario de su muerte
Es para llorar que buscamos palabras en el corazón
En el fondo del viento que hincha nuestro pecho
En el milagro del viento lleno de nuestras palabras

La muerte está atornillada a la vida
Los astros se alejan en el infinito y los barcos en el mar
Las voces se alejan en el aire vuelto hacia la nada
Los rostros se alejan entre los pinos de la memoria
Y cuando el vacío está vacío bajo el aspecto irreparable
El viento abre los ojos de los ciegos
Es para llorar para llorar

Nadie comprende nuestros signos y gestos de largas raíces
Nadie comprende la paloma encerrada en nuestras palabras
Paloma de nube y de noche
De nube en nube y de noche en noche
Esperamos en la puerta el regreso de un suspiro
Miramos ese hueco en el aire en que se mueven los que
aún no han nacido

Ese hueco en que quedaron las miradas de los ciegos estatuarios
Es para poder llorar es para poder llorar
Porque las lágrimas deben llover sobre las mejillas de la tarde

Es para llorar que la vida es tan corta
Es para llorar que la vida es tan larga

El alma salta de nuestro cuerpo
Bebemos en la fuente que hace ver los ojos ausentes
La noche llega con sus corderos y sus selvas intraducibles
La noche llega a paso de montaña
Sobre el piano donde el árbol brota
Con sus mercancías y sus signos amargos
Con sus misterios que quisiera enterrar en el cielo
La ciudad cae en el saco de la noche
Desvestida de gloria y de prodigios
El mar abre y cierra su puerta
Es para llorar para llorar
Porque nuestras lágrimas no deben separarse del buen camino

Es para llorar que buscamos la cuna de la luz
Y la cabellera ardiente de la dicha
Es la noche de la nadadora que sabe transformarse en fantasma
Es para llorar que abandonamos los campos de las simientes
En donde el árbol viejo canta bajo la tempestad como
la estatua del mañana

Es para llorar que abrimos la mente a los climas de impaciencia
Y que no apagamos el fuego del cerebro

Es para llorar que la muerte es tan rápida
Es para llorar que la muerte es tan lenta


Vicente Huidobro
De El ciudadano del olvido (1941)

miércoles, 16 de febrero de 2011

LOS ROSTROS VIENEN. SE ACABAN

Los rostros vienen. Se acaban.
Nadie sabe de dónde viene
el profundo temblor de sus preguntas.
Cómo empiezan, por qué se van.
Por qué la lluvia reina en los lugares
donde el polen cuida de la muerte.
Los rostros se suceden y se esfuman
y son el pan de las frías madrugadas.
Se cuelgan las voces del caballo.
Y no sabemos dónde, dónde acaba
el lenguaje que nos nombra, dónde
se rompe la marea baja
como hacia los muertos de tu pecho.
Dónde la rompiente sangre de la ruina,
el aullido de tus ojos hacia bosques extinguidos
cuando aún tengo la noche.
Dónde tus manos
desdibujan el límite de los espejos,
donde los dioses que se fueron
van trayendo su fulgor
sobre el papel muy lentamente.

Y quiénes son los que se han ido,
y quiénes los que estamos
y por qué cuando digo sombra se empieza a iluminar la casa.
Y va cayendo la palabra,
y se va quemando la noche, tan honda y tan severa,
y su pulso es tan sincero
como la carne de un cordero sobre el agua.

Y los páramos no nacen,
y nos vamos con la aurora,
y me extingo al escribirte

sobre el cuerpo de los seres de tu tinta,
sobre los ácidos ojos que se giran y preguntan,
y sangran, se derriten, y son humo de amor

sobre los sucios ataúdes de la noche.



L. LL. (febrero 2011)

viernes, 4 de febrero de 2011

UN POEMA DE CARLOS ARRANZ

                               167

El espacio se dobla con los árboles a media noche
como agujas de reloj de cocina en una pesadilla.

La lluvia estalla su ácido sobre todas las piedras
con absorbente paciencia metódica.

La luz cubre todos los vértices indolentemente
alumbrando igual un asesinato que una sonrisa.

La gravedad de un plato cayendo al suelo
es la metáfora perfecta
de que todos los átomos se pertenecen por igual entre sí.

La electricidad detrás de las paredes
ignora al colegial estudiando
bajo la luz de la lámpara.

El viento enfría los cristales
mientras el matrimonio ve la televisión un miércoles por la noche.

Dos adolescentes separados por ochocientos treinta y siete kilómetros
se ponen cachondos por internet.

Un cuchillo rebana como si fuera arcilla
el cuello de un infiel a otros ochocientos treinta y siete kilómetros
más.

El papel higiénico se va gastando en un albergue de Cantabria
al ritmo que se evapora un charco en New Jersey.

Las horas pasan de igual manera sobre los vivos
que sobre los muertos.


Carlos Arranz Ballano (Aranda de Duero, 1987)

miércoles, 2 de febrero de 2011

EL CAMINANTE

                                  que ciñe al tiempo en ráfagas de música.
                                                 J. M. CABALLERO BONALD

El silencio
se rodea de palabras.
Largo vientre
donde caen preguntas o latidos,
donde una cuerda es fiebre,
algodón o transparencia,
oficio del tiempo en los portones
de una tierra maldita
que desgasta su apariencia. Y va muriendo.
Sortilegio de la vida, agrietado muro,
codicioso llanto. Trémula agitación
de los nombres convocados. Esclavitud del sueño
y belleza de lo sido. Se va la tarde y se levanta el aire.
Se va la tarde y se levanta el vértigo
de las nubes hondas. Es febrero la seca humedad
de este árbol que miro
con los ojos rotos. Se parte el día en dos mitades
extrañamente distintas, que resurgen y conocen el vacío.
Los ojos se acaban y se agrietan, como viejo cuadro o afeitado muro.
Los ojos caen
hacia otro día sin cauce ni medida.
Seco arroyo de la vida, aquí no mires
dónde una voz penetra la tierra como sangre oscura.
No sepas dónde, quédate con la duda que es temblor y alimento.
Es fácil aprender del día. O tal vez se aprende
con los pies cansados. Caminas por tu propia geografía, música
de luz y del aire en transparencia: fulgor que sabe, fulgor que entra.
Prodigioso límite del sueño. Él vacío te mira. Los perros
vuelven por donde se fueron. Los zapatos solo son una envoltura del alma:
dilatada materia hacia la muerte.
Caminas hacia dónde. Dónde estás. Dónde te has perdido.

La distorsión de la mirada, la transfiguración del cuerpo
que desata su alegría sólo en lugares como éste.
Se parte el día. Los ojos van cayendo. Los ojos
saben, los ojos entran.


Luis Llorente