jueves, 23 de diciembre de 2010

LAS PALABRAS

23-12-2010

Las palabras son
deliberadamente azules.
Se entregan al sueño.
A veces son como parecen,
y dicen más de lo que dicen.
El espacio del poema
no será real, pero habrá un límite
donde sentir el clima o la selva:
atmósfera salvaje o contenida.
Si digo casa, me imagino mi casa.
Si digo noche, me imagino una noche cualquiera.
Si digo perro, veo un perro que viene a morderme
porque quiere que lo acaricie.
Si digo poema, no sé lo que digo.
Las palabras son
deliberadamente azules.
El lenguaje, la retórica,
la alegría de decir
y enmarcar lo que uno sabe,
lo que creemos conocer.
La música de la espera transparente.
La distancia paralela de dos nubes.
La esfera de un ojo que sangra
y que sale de la tierra.
La forma de un dios desolado.
Las líneas del fuego.
Se apaga. Se apaga. Se apaga…

El arco y la diana.
El punto y la luz.
El giro y el principio.

Y las palabras, qué decir
de las palabras: están a veces,
existen en la mente, son mentira.



Luis Llorente
Del poemario Nunca

martes, 21 de diciembre de 2010

DIVAGACIÓN

Un poema –a veces– es un insecto
que sale de la boca.
Una herida en la niebla,
un lugar triste. Escuchamos ese tango
que se queda ahí, escondido
tras la puerta. Y la habitación es tuya
y tal vez está en tus ojos. Y no tienes miedo.
Caminas en tu casa solo.
Caminas solo en tu casa.
Caminas en tu sola casa, solo.

A veces tiemblas de frío.

Otras veces te quedas mirando
al horizonte, desde la ventana más íntima,
la que nunca tuviste y ahora tienes.
La de casa. Tu favorita.
¿Sabes a cuál me refiero?
Esa ventana tan…

Y hay una rosa mustia. Llevabas mucho tiempo
sin utilizar esa palabra. (Se puede hablar de la rosa,
puedes hacerlo, pero de otra manera).
Y qué quiere decir otra
En cualquier caso esto es un poema
–creo que es un poema–
y si no lo tienes claro aún, no importa.
Qué importa en realidad mientras sigas escribiendo.
Decía que hay una rosa. Y está mustia.
Porque todo te lleva a la tristeza. Ya sea fingida o no.
Intentas escribir unos versos. Todo te lleva a este lugar baldío.
No llegas a ninguna parte. Juegas con el lenguaje,
te enfrentas –indefenso– a tu tedio.
Y esa rosa te sirve
para imaginarte una ventana:
la que te falta, la que no tienes.
(Ni siquiera ahora.)
Y resulta que después esa ventana
te sirve para imaginarte un barco:
el que te gustaría tener, aunque el mar da mucho miedo.
La noche empieza a caer sobre la tarde. Y vence.
Son las ocho de la tarde. Es pronto para seguir aquí.
Apenas es pronto. No sabes si leer
a Huidobro o a Juan Liscano.

Esta ciudad no tiene mar. Pero tú hablas del mar.
Y de qué sirve, si el mar no está aquí.

Es diciembre y hace mucho frío.
Pero tú te empeñas
en hablar de agosto,
en tus recuerdos de verano.
Y de qué sirve, si el verano no está aquí.

Porque recuerda: un poema
–a veces– es un insecto que sale de la boca.



21-12-2010
Del poemario Nunca

lunes, 20 de diciembre de 2010

CRISIS (después de escribir doce poemas en una semana)

20-12-2010

Para qué escribir
si la renuncia es blanca.
La felicidad un equipaje.
La mano
corta el aire gris,
tu mano
corta la cabeza.
Tu cabeza corta la mano
con los ojos. Yo me tiro
por la ventana.
El suicidio es otra vida.
No quiero ser poeta.
No más.

Y qué me dicen
de su madre. Díganla
unas palabras bonitas.
Escríbanla un poema.
Yo tiemblo. Me canso.
La verdad es que no puedo
mucho más.



20-12-2010

Hay un lago y un bosque.
Una ventana.
Un pájaro.
Tu vientre es una colina
–y ya lo he dicho–
pero tu vientre no es una colina.



20-12-2010

La palabra nunca.
La palabra noche.
La palabra tregua.
La poesía es una…
que se marcha hacia…

El poema tiembla
más o menos de esta forma:
hay una puerta y luego una mesa
y luego un libro abierto por la página nunca
y luego un…
¡Oh latido esencial del abandono!
¡Vallejo es un pellejo!

Este poema sólo podrá ser leído
después de conocer
todo lo anterior.

Y miren a sus pies,
tengan cuidado,
no sea que tengan restos de fuego,
lluvia ácida o ceniza.
Tengan cuidado: cuando quieran darse cuenta
ya serán un perro.



20-12-2010

Somos muchos poetas en el mundo.
Y hacen falta pocos poetas en el mundo.

Pero seguimos escribiendo
para seguir siendo muchos.

Porque nos gusta llevar la contraria
a las peticiones del Señor.

Tu padre tiene una escopeta: cógesela.
De caza, en el armario, pero no sé cómo se carga.

La sangre de un caballo o de un faisán o de un jabalí.
La sangre de un poema o de una casa o de un poema o de una casa
o de un poema-casa
o de una casa-poema.

Los puertos hundidos, los barcos hundidos.
Los barcos en el puerto.
El puerto en los barcos.
Es lo mismo.



20-12-2010

Ella.
Yo quiero amarla, pero me cuesta
mucho dinero.
O no. No me cuesta
porque no tengo dinero.
Quiero penetrarte.
¡Tu cuerpo lánguido que se inclina y rebota!
¡Te hundes en la tierra y escupes la arena de la luz!
Ay si yo tuviera
la capacidad de amarte. Mi gusano
mi gusano mi insecto insectito
latidito en tu vestidito
mi falo-lumbre en tu boquita muerta
y mi cabecita en tus cabezas de seno de tocino
marfil o muerte
sexo
como tú
sexo
como nosotros
sexo
como la minifalda de Dios
(blasfemo!)
¿Y qué si nunca me haces
caso?
No quiero provocarte,
pero como nunca dices nada
y sé que no me vas a castigar…
y llora la tarde
la tarde llora
la edita la llora
el llanto y la llanto de la hora



21-12-2010

Nunca pensé
escribir un poema como éste.
Pero lo que uno quiere
no coincide normalmente
con lo que uno hace. Así pues
tengan en cuenta el paquete de cerillas
para incendiar la casa. O la finca.
O tus ojos de espuma
O la carne muerta de ballena viva
O la arena que no muere sólo a veces
O el destello de una puerta desbocada
Las imágenes se mueren en silencio. Alguien las busca.
La marea sube cuando el pan nos necesita. Alguien lo busca.
Los ruidos suceden al desierto. El desierto los busca.

Aquel disco de rock ya no suena. Ya no lo escucho.
Ya no hay más ya para después del tiempo. El ahora es incesante.
Yo no hay más yo para después del ritmo. El nunca es incesante.

De camino a casa te encuentras con tu muerte.
Y te dice: “hola; te recomiendo morir ahora.”
Y le dices: “adiós; te recomiendo no recomendarme nada.”



21-12-2010

Usted lo sabe.
Usted sabe que este poema
no es un poema. Sólo unas palabras
que salen de mi boca. Y del cerebro destruido.
Y del corazón frío, coagulado como ramas de sangre.
Sí, es un árbol de sangre. Una marea de ojos.
Una ola lejana. Y mirad al fondo del horizonte:
el reflejo del cielo es aquel barco. Allí es donde yo
viajaba con mi tío, el pirata, el de Tarragona.
Mirar el mar era mirar la vida.
La luz en las olas me cegaba. Llevábamos un buen vino
para toda la familia. No toda: los que estábamos allí.
Ese verano fue magnífico. Esos días de agosto.

Y mientras tanto hay un poema que usted sabe.

Unas simples palabras
que salen de mi boca
para tocar sus manos con mis manos.



21-12-2010

Para mirar el suelo es necesario
despedirse de tu cuerpo. Dejar de ser
ropa y carne, por un momento.
Salirse de uno mismo, arrancarse los ojos
y quebrar los huesos para que se caigan
en el pozo del alma.

Para mirar la lluvia es necesario
sentir el vértigo de un piso veinticinco.
Tírense por la ventana: es muy fácil.
Aprieten el gatillo: extremadamente fácil.
Pero para tirarse por la ventana,
para apretar el gatillo,
hay que tener ventana,
hay que tener pistola.



21-12-2010

En la Universidad me han enseñado
a no saber nada. La literatura del XX
es hermosa: sobre todo la poesía.
Pero fíjense en una cosa:
hay poetas que están en un rincón,
y otros que están en medio de la página.



21-12-2010

Él sabía transformar un árbol
en un poema. O un poema en un árbol.
O una casa
en un puente. O
un cuerpo en una música.
O
una sábana en un zapato.
O una mosca
en una baldosa.
O. O. O...
Podríamos decir
muchas cosas aún.

Se llamaba Huidobro.



Luis el de Segovia de la 1984 el Llorente
*poemas basura para el libro Nunca

martes, 14 de diciembre de 2010

UN POEMARIO COMPLETO Y GRATUITO






LA MIRADA EBRIA






Un día habrá en que llegue hasta la nube.
                                 CLAUDIO RODRÍGUEZ


Sólo existe un azul.
RAFAEL ALBERTI























HACIA OTRA LLUVIA



















Pie desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
                                              VICENTE ALEIXANDRE















I

Ha dejado su periódico encima de la mesa
como quien espera un día sin comienzo.

La manía de escribir
le ha llevado a otro poema
que no sabe de dónde ha venido.
Tal vez estaba ya
en su música interior, el hueso intacto
que escondido renace:
comienza su rutina
en el páramo de fuegos apagados.

Quién tenía otras manos en este lugar.

El tedio es la respuesta
a tanta mesa desbocada,
sus libros y papeles angustiosos,
el horrible trabajo cada día,
un día más sin esperanza
a punto de disolverse como niebla en luz.

Ese desvanecerse es suyo,
sólo suyo,
                  y nadie habita la casa todavía.



II

Era un paisaje cántabro en la noche
o tal vez el fuego de un temblor enardecido.
Incontrolable pulso de lo oscuro
en las afueras de la noche,
la noche que reina en la ciudad
y las afueras también son un espejo.
Las afueras de la ciudad en las afueras de la noche,

y la distancia se mide con un verso
escrito en el silencio.
                                      Pero queda una voz
arrezagándose en el puerto,
mirando
a los telones de otra noche,
de otra noche ya
perdida como un barco inencontrable.

Y otra costa oscura en la marea baja.
Y un aroma más alto
que este amor con el que escribo
otra sangre en la página marcada
por las manos de sal de otro naufragio.



III

Ha vuelto a esconderse la ciudad
tras la corta noche de verano.
Sus pasos tras la huella del tiempo.
Todo es tiempo en el compás.
Ardiente amanecer de despedidas áridas
-y no ha sido tu nombre lo que regresa del olvido-
porque estoy con las afueras recordando tu lugar.
Tu lugar abandonado como lluvia.

La ciudad que se desteje
en cada ojo,
cada ojo distinto como tú,
tu rostro y el vuelo de su aire,
el muérdago de la luz,
la urdimbre de la espera no encontrada
-que acaba y es inverosímil-,
inencontrable espacio del amor,
inequívoco brillo,
fulgor traspasando
un horizonte más azul que nuestro frío.



IV

Ella no tenía sed en los labios,
ni lugar donde habitarme.

Su intento de huida a destiempo
causaba una desolación sin nombre.

El fuego detenido en el vaivén oscuro de la casa.

Ewa Lipska llama por teléfono.
Pero a quién se refiere su quimera.

Y el amanecer en esa casa
era la forma de otro sueño.

Un sueño equivocado,
la memoria taladrada en el silencio,
mi cuerpo salía de la cama
para pensar en ti como se piensa sobre un parque.

Era lo mismo que meterse en la ducha,
o ir al cine,
o pensar en la compra de mañana.

Todavía tu nombre en los garbanzos.
Dije que nunca escribiría un poema a la hora de comer.
Dije que no abriría una puerta para el bosque.

Todavía estás en la lluvia,
y pegada a la ventana,
y no te vas.

Todavía huelen mis pies a despedida.
Y no será otra noche lo que venga.

Y estoy en un invierno sin historia,
y en una ciudad secuestrada por tu voz.

En cada esquina ácida del tiempo,
donde la muerte proclama su tarea.

Y mis manos son antiguas y mis ojos soñolientos.

La mirada ebria:
todo me recuerda a ti,
me pongo cursi,

cierro los ojos
mientras el mundo acaba en este beso.


V

El tiempo suele ser suicida
y cuelga durante horas en los árboles.
                                              EWA LIPSKA

Si me queda un desierto,
una hermosa región ante mis ojos.
La tierra seca que vive en el regazo
de una primavera desvelada, así,
con más amor que en los sepulcros,
con más amor en la mañana que empieza
y extiende su desnudez por esta sombra.
La blanca canción del despertar,
en esta hora del sueño que se alza.
Y persigue la aventura.
El pedazo de amor que se desteje
en este fuego: cálida amanecida
destilando su luz por esta tierra.
Y el árbol me mira
y pronto sabe qué es un ojo. Y encuentro el don
en este cuerpo caminante
porque sólo el alma está aquí
como música que vuelve de la muerte.

El tiempo es suicida
y cuelga, cuelga de ese árbol
para recrearse en su belleza,
satisfacer el canto,
crear la muerte en esta región tan de la vida,
alzar su calma:
el vuelo de su amor para quien busca otro lugar,
y en su insistencia encuentra este desierto.







THE BEATLES, CLAUDIO, ALBERTI
mirad a vuestros pies alta la tierra.
             CLAUDIO RODRÍGUEZ

Suena el Abbey Road,
y la cucaracha está muerta.

Fuera hay un jardín.

La mesa es sagrada:
enhechiza y bruñe.

Las alas de ese insecto
arrancadas de la tierra,
y son cortinas:
el vuelo de la luz de la labranza.

Alberti se me aparece
como un ángel sobre un ángel.
¿Y dijo quién era? Pero no:
huya su nombre en vano. Me quedo
con la raíz. Y la música qué bella,
y no es tarde este silencio nunca.
Tibia respiración de pan reciente.
Claudio sobre el mantel, y dónde su ebriedad.
Juro en sus Conjuros, en la llanura de su canto.
En la sed y en su refugio,
en esta alada geografía.

Y Alberti moja su melena en este río calmo.

Álamo frente al castaño
desnudo, desenvainado.

-Estoy pensando.

Oíd este silencio,
esta puerta bajo lluvia.

Creciente rumor, continuo crecer ávido.

Ya no más.
Más amor, y menos música.

Más aire en los latidos, más latidos en el aire.

Y satisfecho el don ya no corre la alegría.

Y el cuaderno antiguo que se quema en cada verso,
y mirad la noche desde aquí estrellada.

Más amor, más fuego, menos música.
Más lumbre en la meseta.

El sol es ácido, y no me importa la ciudad.

Más cumbre, más hombre.

Estoy aquí, estoy solo, soy vuestro
y soy culpable del poema
al voraz paso de cualquier intento.


















CERRAR EL FRÍO










El cielo es inmortal.
                                              JORGE GUILLÉN















VII

Deja que el viento se acostumbre a tus latidos.
Deja que te salpique la sangre
del instante degollado por el crepúsculo.

Hay un violín desafinado y una guitarra rota.
Ventanas y paredes sucias.
No se asoma nadie.
No hay un rostro tras el cristal.
Ni siquiera una palabra,
una carta carcomida en el silencio.

Blanca marea, blanca desnudez.
Ácido temblor en noche fría.
Y altos, altos mis pasos en la tierra.

¿Qué sitio éste sin tregua? ¿Qué huestes, qué altas lides
se esconden tras mis ojos?

Pero mirad en vano esta pregunta.
Alzad la voz desnuda. Quién sabe mi luz.
¡Sea dueño de todo,
incluso de este amanecer indeciso!

VIII

La mañana tan intensa se desprende.
¿Qué frío de luz, qué verano vuelve
a quitar las máscaras antiguas?

Y es el canto esta guitarra,
la lluvia rota del silencio.

La humedad en tus brazos,
en las ramas y en las raíces
de ese árbol lento que vuelve a nacer.

La lentitud de las espigas creciendo junto a nadie.



IX

Suena Debussy,
y el pico de un grajo
a otro grajo quiere molestar.
En el jardín: el tiempo hermosas piernas tiene
para toda mi tardanza.
El tiempo tiene hermosas piernas
para mí, para tocar su lluvia triste.

Si me abandonan en medio del camino
yo sólo se volver, y mirar: decirte
mi poema en las húmedas esquinas.

Si me abandonas como pájaro solo
escribo esta pregunta para nadie,
para tu lluvia fácil,
y me rindo:
soy desertor en el desierto.

¿Y qué quiere el árbol que diga?
Si era dulce el viento. Ha sido.
Fue de tus manos en la casa de nadie.
Ha sido así.
                     Y Debussy no va a cambiarlo
por mucho que lo pidas.



X

Escucho esa metralla interior
en mis pulmones de paso.
Tango sucio del alma
para la tarde dormida:
abre el espacio
la luz de tu cuerpo,
                                   y hay flores
pudriéndose conmigo,
                                         para quedarnos
con la suerte del campo vecino
(ahí junto a la casa deshabitada):
los arados, el cielo agreste de tu nombre,
la forma de su olvido
más lejos en la última noche que nos reina,
la virgen del deseo
en esta metralla interior de mis pulmones

mientras paso de mi cuerpo hacia tu cuerpo.



XI

Ahí la gota y su racimo,
lengua de manantial
que se abre desolado.
Su pulso de fuego.
Naces al canto. La mañana se extiende:
imperiosa se alza.
                                O destello en mis ojos.
O tú en la página robada.

Antes de la lluvia éramos iguales.



XII

(Amor, terror de soledad humana.)
                          LUIS CERNUDA

Qué poema es éste. Cuántos he dicho
para tiritar, para salir, para cerrar el frío
y esta casa de recuerdos áridos.
Profunda la memoria canta, se abre aquí
su nombre
y este surco me recuerda a otro lugar,
a otra casa, a otro cuerpo.

Era otro poema
dictado por la misma luz.

Un poema distinto tras las cortinas antiguas.

En esta casa el llanto se dibuja
en sus paredes agrietadas,
                                                 y tiene su olor
otro silencio desgastado.
                                             El polvo en la madera,
los años van royendo dulces a su oído,
y quién se esconde en el rellano, quién oculto en la escalera,
qué sueño se desteje
para mirar el agua en estas manos frías
-región sin nombre, desolado páramo-,

qué ojos los del tigre aletargado,
en el césped marchito de ponientes afligidos,
su lugar más ebrio y desolado,

alto el desierto en la llama que estremece,
oyendo estoy a la espuma como garganta quejarse

y tú sólo vienes en el sueño
como diosa ebria.



XIII

Cerrar el frío,
que caiga en este cepo.

Morderse los labios
hacia otra lluvia
en la calle del olvido o en la quinta esperanza.
Yo sé de quién es este fuego, este ardor
que de ti se levanta como una quimera.
Sale, empuja
su propio cuerpo
hasta derramarse como lágrima de luz.
Blando racimo que se agita.
Un río desnudo va excavando el sueño,
el furor de la alegría,
el claror del vientre donde el amor se gesta.
Profanen la guarida.
Destruyan este templo los pájaros antiguos.

Un seno hechizado en un mar de humo.
Frente a ti la noche es inmensa y amarga.
Frente a mí se suceden avenidas
y se deslizan vientos
hacia un lugar que es otro giro que es otra sierpe
que es otra ruina.



XIV

Ilumina palabras esta nube,
inmensa lengua que profana.
Lengua larga de la tarde.
Flor desenvainada, árboles antiguos.

Son criaturas en la aurora. Aleixandre
entregada tiene su mano.

Cernuda en Ciudad de México
escribe un verso en este instante.
El océano Pacífico es demasiado triste, para él y para todos.
Su muerte en el D.F. se extiende hasta Acapulco.

Un poeta debe conocer su cuerpo.
Un poeta debe no ser recordado.
Un poeta debe
conocer las leyes implacables,
caer en la desgracia,
sepultar sus versos
y renacer desde el olvido.

Escribir para la inmortalidad
desde instantes inmortales.

Caminar bajo la lluvia
como un fantasma.

Tener su casa aquí,
                                   nombrar la noche y el poema,
apagar su sed y reafirmar sus desperdicios,
encontrar los papeles que hablaban de la aurora,
inventar una mirada triste,
posar con su noble calavera,
parecerse al fuego,
leer bajo la lluvia con la lámpara ebria,
murmurar la oración del despertar,
desnudarse ante el asombro,
profanar sus propios ojos en espejos alterados
por estados alterados de conciencia,

tomar café con lluvia y sin azúcar,
encerrar sus manos en la noche,
escribir en los instantes olvidados

para que un lector, cincuenta años después,
olvide cada verso en un instante.



XV

Eres un sueño.
Yo un tigre llorando.
Ella una habitación vacía,
un reloj atravesado en mi garganta,
y se cubre de niebla la memoria, y sordamente escribo
con el pulso desatado,
y vienes tras la noche apresurada,
y extrañamente desmedida, y escucho el fuego
de tus manos en mi regazo árido,
en mi cabaña muerta y de silencio,

y el mar tiene todos sus barcos hundidos
y yo estoy en mi blanca habitación vacía.



XVI

Cuando salen de la lluvia los arados
hay que mirar al fondo lo que queda.
Un rumor del cuerpo
en el pálido mensaje de la tierra.
El olor a tierra mojada
y su destello enamorado de la tarde,
en estos campos de agosto bajo el cielo.
Cae la tarde y esta sombra se extiende y es guarida.
El aire en cada instante que se cubre,
los pulmones de trigo
bajo nubes tenues.
                                  Su algodón tan breve
es celeste lumbre que sujeta,
y celebra el viento,
sostiene la vida y frágil se alza
pero con qué hermosura. Delicada fronda
ante mis ojos
dorándose en el tiempo de su hoguera.

Las nubes son del viento
y se quedan en el viento proclamadas,
viento de agosto,
agosto frágil donde tejer la tarde con sordina,
instante frágil donde tejer la vida
y su cálido amanecer tras los ponientes,
valiente alegría de los ojos
saliendo del cuerpo en esta tarde castellana,
en este páramo de sequía y de sepulcros,
sepulcro siempre para la belleza,
campos de agosto,
ojos de agosto y la ciudad al fondo como un vientre,
aliento esperanzado de encender el vino en este pueblo,
y compartir la desnudez en corazones ebrios,
abierta sombra del mañana,
hechizo del instante,
estar aquí solo un momento y detener la vida en la memoria,
campos de agosto derretidos,
que duran como ríos sin pájaros ni sombras,
que duran como luces en el árbol,
y tímidamente se levantan tras la lluvia,
y huele a tierra mojada y palpita la vida,
el latido de la tierra y su despliegue amoroso,
los caminos borrachos de sequía,
el calor que nos invade
y triste el viento va silbando en el silencio.



XVII

Para hablar de esta mañana
necesito despertarte.
Nombrar la ebriedad del alma,
tejer su blanca música.
Contigo los relojes blandos,
en las ramas de la aurora.
Cerrar el frío
con los dientes ácidos,
pura canción del alba
a las siete en punto de la lluvia.
El verano tiene alas
para salir del mar en nuestros ojos,
para contar las escaleras
del cielo a los arados,
a los campos en barbecho para nadie.
El verano que se acaba
en cada hoja desmedida,
su inmensidad dorada
como fruta sobre escarcha.

Blandiendo el aire la paloma se equivoca:
confundía sur con norte
y cielo con mar,
ciudad con campo,
ojos con labios.

El desvelo
tras su música de ceniza transparente,
alada ceniza inmarcesible,
y el verano que se queda en los jardines.
Música de lluvia
para el cuerpo que regresa,
y ajeno permanece en esta sombra,
cerrando el frío en cada grano.

Cuando murió el soldado,
lejos, escaló el mar una ventana
y se puso a llorar junto a un retrato.

Cuando murió el ángel,
despertó otro amanecer ya desbocado,
con inmensas criaturas perennes en la aurora,

y eran al fondo nubes de fuego,
decreto de luz
para nuestra muerte alegre.



XVIII

Cerrar el frío si me abrazas,
si la calle que inventamos no es la misma.
Si me escuchas en la tarde calurosa
y hacemos el amor bajo los árboles.
Si renace alta la lluvia
en este amor que a sí mismo se invade,
y respira tu vientre en la llanura,
y este parque en la ciudad no existe
porque sólo es nuestro ahora.
Llenos los cielos de silencio,
tu lengua de miel
y la estela tan limpia de tu cuerpo
y tu pelo rizado como un río.
Bajo el ácido sol nuestra garganta duerme.
Bajo el cielo nítido de agosto
este beso en tu boca de fuego y de insomnio,
en este escenario incomprendido
donde el miedo se disuelve,

en este campo de batalla
suelta tu melena y venga tu cuerpo aquí,
ahora en este hechizo;
amasar la claridad y la palabra
nunca fue tan fácil,
penetrarte como insecto
trepando por pared antigua,
penetrarte como el viento
sobre mármol jaspeado,
las bóvedas tus senos y columnas tus muslos tan morenos,
morena para mí que soy tu cuerpo,
y encerrarnos en los húmedos desiertos,
y robarte el alma bajo pieles indefensas,

y celebrar la noche en este vino
y cerrar el frío en este orgasmo.



XIX

¡Si veo las estrellas, si esta viga
deja pasar la luz y no sostiene
ya ni la casa!
              CLAUDIO RODRÍGUEZ

Un vaso de agua sin cristal.
No tiene más límite
que su bella apariencia.
Vaso de cuerpo transparente
que te rompes en secreto,
materia sólo para mis ojos ebrios,
materia sola para el canto.
Agua fresca y pura y limpia,
agua de río,
pero es agua de grifo: de dónde vendrán las tuberías
para que yo escriba este verso.
Agua no de manantial,
agua no desnuda en la mañana,
pero agua:
alma de agua en este vaso sin vaso,
vaso fuera de mis ojos porque ya no está.
Ya ni pesa,
ya ni duerme en la cocina
ni en el salón junto a los libros.

Agua de brisa,
transparente viga hacia el cielo amarillo,
ya ni sostiene la casa,
ya ni el alma en la luz
porque se eleva hasta el páramo
de estrellas encendidas.

Agua en los labios,
materia sin materia.
Agua en los labios
donde ya no existe ni la sed.



XX

Sabes perfectamente que esta mañana se extiende
como leche de brisa.
Sabes perfectamente que soy tu canto y de tu nombre
crecen ortigas de deseo.
Sabes perfectamente que no creo en la nieve ni en el fulgor de las estrellas,
pero pienso que algo tiembla entre nosotros,
y se acerca un dios con estelas afligidas,
y la muerte es un lugar muy cómodo y con agua caliente.
Sabes perfectamente
que por la noche los gatos se acuerdan de nosotros,
y en mi boca hay jardines ácidos que respiran en el sueño.
Sabes perfectamente que tus brazos son caballos,
y tus uñas de silencio un aliento sin nombre,
como el otro nombre de la tierra,
como un viento incandescente de remotos elixires.
Sabes perfectamente
que no hay ciudad en esa esquina,
y que los ángeles del vino dan muerte a los hombres,
mientras hay un baúl muy viejo del color del aguardiente.
Sabes perfectamente
que es imposible no llorar al ver la redondez de los planetas infinitos.
Sabes perfectamente
que el amor es una aguja rota y una ventana con insomnio.
Sabes perfectamente
que el paraíso es la otra cara de la luz,
y los perros se desatan en la furia,
y la miel de las flores siempre es tóxica.
Sabes perfectamente
que el poeta ya no tiene casa en la conciencia
porque tuvo que cortar el alquiler.
Sabes perfectamente
que mis manos están sucias de tratar con los insectos.
Sabes perfectamente
que hay una moneda en esta lluvia
y muchas nubes al final del horizonte.
Sabes perfectamente
que anochece en todos mis rincones
y entonces enciendo la lámpara para escribir este poema.
Sabes perfectamente
que siempre te amé por conveniencia
porque me conviene ser el padre de tu cuerpo
y el jardinero de tu vientre. Sabes perfectamente
que el fuego no reposa en nuestros ojos
como hacia la aurora sin poniente

porque sólo la inocencia
y el regreso a los desvanes
puede darme la ebriedad.



GATO MUERTO

Duerme un lento pecho tras la sangre.
Un gato muerto en el camino.
Su cuerpo abandonado, cadáver macilento.
Gato solo, triste, sin amigos. Qué otros gatos
pasan junto a nadie,
quiénes pueden ver su alma brillar a ciegas,
su alma en sus ojos vacíos.
Y este gato está aquí solo,
y no lo conoce nadie.
Y huele a muerte en este campo
aunque lleno de luz y de trigo.
La simiente, las espigas, la sequedad
y la semilla de la tierra.
El no-agua, el sur del campo. El cauce
de este arroyo seco,
el caserío de Lobones
y este pequeño pinar.
Segovia al fondo y la montaña.
Este paraje, su triste pulso,
su inmensa forma devastada. Se dispone alegre
su materia, se dispone la muerte
pero brilla y se alza y dura la vida. Y fugazmente
se abre el campo,
                                y este gato está muerto,
demasiado muerto,
más muerto que una mañana antigua y olvidada,
de esas que apenas recordamos
con los labios al quejarse.

Y este gato está muerto,
y muertos sus ojos que me miran.

Yo no recuerdo aquella muerte.
Quién la sabe, quién detuvo
el correr intenso de este gato.
Quién recuerda y su sombra nace en otro tiempo.
Qué manos antiguas, qué muros de sal
al gato muerto han profanado.
Quién prepara esa mudanza hacia otro reino,
mientras se pudre su cuerpo y le crecen las hormigas.

Pero aquí está su alma
respirando ardiente en sus ojos vacíos.

Aquí está su alma: vedla todos.



XXII

Y qué importa si dijera
que éste es el último poema de mi vida.
Que estoy borracho
porque he bebido demasiado vino
en las fiestas de mi barrio para siempre.
Si San Lorenzo estaba sordo y olía a despedida.
Qué importa si esta noche
quiero vivir como vosotros, sueños extinguidos.
Y se extingue ahora mi luz
como cuerpo sobre cuerpo.
Mis uñas sucias y mi pelo sucio y mis ojos sucios.
Mi cuerpo aquí para la noche,
y el espejo agrietado de la noche.
La noche vieja como túnel de espuma.
Como túnel de jabón. Y mirad este rostro,
mirad mi rostro ahora
llorando como niebla.
Y vuelvan los juguetes verdes de la infancia.
Y escribo cada día más oscuro
y el poema se hace viejo. Y envejezco
a cada instante de lluvia y de abandono,
en estas manos dormidas junto al vientre.
Y mi sueño se parece a tu refugio,
y alada tiembla su amapola helada,
y no te vuelvo a ver
porque no existes desde entonces.

Y cierro el frío
y no quedan agostos en el aire,
después de John Donne y de Ewa Lipska y de Auden.

Cada día estoy más loco,
dice mi padre.
                          Pero sé que ella
piensa en mí desde ahora,
desde esta noche húmeda.
Desde ya, desde aquí con humo.
Desde luego, luego, más tarde con niebla.

Angélica no me reconoce.
Ya soy su heraldo negro.

Y cierro el frío
el siete de agosto
para mi agosto
ebrio de mudanzas.

Y cierro el frío
y no quedan agostos en el aire,

y he leído los poemas del dios sin su lugar,
poeta de la noche para nadie. Poeta

para la muerte que tendrá tus ojos,
qué sacrilegio este del cuerpo,
barrio viejo de carne y de garbanzos,
vino viejo y estrellado,
cuerpo viejo
y lumbre
más alta que esa rama.
Alta la noche.
                         Alta la noche para siempre,
en esta casa vieja de recuerdos áridos,
y la luna sin sangre ya no tiene espejos,
y la sangre lunar en nuestra aurora canta,
aquí en las horas dormidas
para dormir azul en nuestra muerte,
y el alcohol es feliz en este instante,
pero tú no vienes
y luminosa me desprecias en el fuego.



TRANSPARENCIA

¡Anhelo de transparencia,
Sumo bien! Respiro, creo.
                 JORGE GUILLÉN

Y dónde se quedaron nuestros ojos,
iluminados por la brisa reciente de este campo.
Arde el cielo y los espejos. Estamos
en el tiempo
cruzando la vida de un paraíso a otro,
de una luz a otra,
                                de una lágrima a otra.

Aquí nuestro fuego
ahora se derrama,
se va derramando –profunda luz–
en la vibración de lo inmenso,
ascendente latido hacia los pájaros,
el juego de esta música
que crece a cada instante,
y traspasa la materia,
ilumina la casa
y se asienta en esta claridad,
en este vuelo de semillas,
en esta calma en el camino
hacia otro cielo más lejano.




 LUIS LLORENTE BENITO
Poemario escrito en julio y agosto de 2010