martes, 5 de octubre de 2010

CAFÉ LLENO DE MILITARES EN RUANDA

El joven Don Juan de brazo al pecho
(a causa de un dedo vendado)
inclina las barbas sobre la mesa de al lado
en una insistencia pública de macho
que se obstina en conversar con la muchacha
(en el dedo la alianza, azul en torno de los ojos)
que escribe cartas y lo espanta con furia.

Otro llega y se sienta lejos.
Cara afeitada, pelo afeitado, hombros erguidos,
es de los que apoyan la barbilla en las manos,
y entre el humo lento del cigarro
lanzan su mirar fijo hacia la presa
es suya, es suya, dicen los ojos tensos.

En otra mesa, tres o cuatro uniformados miran
de reojo, mientras hablan vagamente atentos,
y los ojos difíciles de soslayo le quitan
la poca ropa a la que escribe en la mesa.

Hecho ya su papel para que conste,
oh aires de jamelgo... otras a la espera,
el Don Juan habla con su criado de la víctima,
que salió de pronto. Se ríen ambos.

Cuando ella se iba, dos pesados
entraron y se sentaron en la mesa
del que se quedó mirando el espacio abierto
por la partida de ella. Alguien dice que él no oye.

Mesándose la barba, con el brazo al pecho,
se va el vencido (pagará una puta,
para contar mañana cómo durmió con ésta).

Los otros tres, más tarde, en casa, en el retrete,
van a masturbarse pensando en ella (y volverán
mañana al café para contar
una gran conquista que todos hicieron).


Jorge de Sena (Lisboa 1919-Santa Bárbara, California, 1978), traducido por José Ángel Cilleruelo.
En Antología poética (Calambur)

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