martes, 5 de octubre de 2010

CABARET MODERNISTA

La ciudad proyectaba esta tragedia
al inicio del otoño
con el paisaje de los cafés soñolientos
recién llegada la noche
en las almas despobladas. Eran todos
los mismos personajes de novela
en otra hotra muerta pero un poco
románticos y viejos.
Conformaba
el acto y la parábola
aquella singladura de cualquier extranjero
que nombrara los días en los que fuimos
islas cercadas por la fiebre del otoño.
Solitarios ojos de dama
que alguien recordaba tristes o azules en enero
eran ahora un río perdido.
La diletancia cercaba
semejante metamorfosis.

En lo más profundo de los vasos la evocación al mito
en la otra orilla de la noche que se abría
por caminos de gárgolas.
Los pasos
dejaban una estela de carcajadas.
Y el arte de magia de aquel telón
que nunca cae dejaba embelesado
a tan glorioso público.
Así se deslizaba el tiempo en calendarios
con lámina de algún impresionista francés
donde medir los días que caían
como lluvia incesante
en sus grises corazones.


                             Ramiro Fonte,
de As ciudades de nada (1983)

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