miércoles, 12 de enero de 2011

poema

Las calles
no están.
Yo estoy
mientras se alejan las últimas farolas
como balas de muerte.
¡Las calles no están!

He estado una hora en la plaza de Anaya
buscando a Dios entre la niebla
y creo que no lo he encontrado.

El amor es ácido sulfúrico.

El alcohol, una nube que se inventó
para divagar en noches como ésta.

Y no te tengo. No estás.

Pestañeo, busco mi origen,
y sólo encuentro lluvia y ruidos que caen de las ramas.
Y las hormigas, qué estarán diciendo las hormigas,
tal vez nada sepan de mí. Ni de ti.
Pero te conozco, y te miro,
te amo y te nombro en la belleza.

Bajo el árbol y la nube.
El cielo gris, o blanco, o del color del vientre
de una ballena muerta. Te he estado
diciendo que te amo, a las puertas de la catedral,
ebrio y confuso,
y no me has contestado.

No me has contestado
mientras mis zapatos se oxidaban de abandono
y mis lágrimas imitaban a la lluvia.

La podredumbre es este hechizo.

No te escondas, Señor:
encontrarte es muy difícil.


(13-1-2011)

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