martes, 18 de enero de 2011

LA MIRADA FRÍA

A Angélica Conde

Se arrancó un trozo de corazón
y empezó a divagar por la sombra.
La felicidad era mirar a una planta
en el patio mojado de la biblioteca.
Empezó a buscar respuestas
en las cámaras de seguridad
que vigilaban falsamente a los fantasmas.
Engañosamente se escuchaban
los latidos indígenas del lugar,
los pulsos tan suaves del aire enrarecido,
una extraña incertidumbre
en el silencio del cuarto de oficina.
Los archivos, los papeles, el catálogo
de la biblioteca de Libreros, donde iba
cada tarde a buscar su nueva muerte.
Y un día decidió
arrancarse un poco de su entraña lenta
para hacerse frío y escribir un poema
más propio de un abogado inglés.
Así, pensó, encontraría el equilibrio de su mente
y la belleza de su rostro sereno.
Así, pensó, pasaría las tardes
ocupado y feliz, con alguna razón entre sus manos,
con la tristeza incomprendida y sin remedio,
con la alegría de ser una máquina
fabricando su propia náusea
en el cuaderno de poesía.

Y al día siguiente, probablemente
otro pellejo, un recuerdo frío,
la desnudez de su palabra distanciada,
el yo fingido y prisionero,
otro resto de su vómito.


 L. LL.
17-12-2010

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