miércoles, 11 de mayo de 2011

EL BESO

Ella se sentó al lado del deseo. Allí estaba la tarde enrojecida. El día ya no era blanco. Había comenzado a encenderse y a incendiarse. Era extraño. Él se sentó a su lado,
y empezó a notar que cada brazo era una sílaba dentro del aire,
cada mano, cada dedo, cada uña. Él tenía veinte ojos ardiendo sobre el agua. Ella tenía
veinte ojos ardiendo sobre el agua. Y le amaba. Y un beso era como un espejo convexo,
el ojo ajeno que nos busca en cada instante del amor. Y ella era la luz,
y él tenía el nombre del fuego, y ella era la luz, y él tenía el nombre de la lluvia,
y ella era la luz, y él tenía el nombre del invierno, y él empezó a ser la luz,
y ella empezó a tener el nombre del fuego, y él ya era la luz,
y ella tenía el nombre de la lluvia, y él era la luz, y ella tenía el nombre del invierno,
y juntos se encendieron y el mes de mayo corría como un perro entre dos ríos celestes,
como una lágrima de viento entre los árboles:
cualquier sonido era una partícula de música, ebria, incesante, mágica,
punzante línea, cuchillo de luz: eran luz, eran de luz, eran la luz,
y entonces la maleza se quemaba como se queman las casas en la memoria,
como una fotografía en sepia donde sólo el sueño cruza el ángulo del ojo,
como un piano que sangra por su propio oído. Y ella era el viento. Era fugaz.
Y él la amaba. Y era fugaz. Y ella era esa boca inmensa como un túnel.
Y era fugaz. Y él era el deseo al lado del deseo. Y era fugaz.

Sangraba por los ojos. Sangraba por las manos. Sangraba por la boca.
Era el otoño de su cuerpo, pudriéndose de alegría.
Era el tumulto de las raíces que se encierran para destruir las venas de la tarde.
Era el espejo incendiado y los cristales esparcidos en el laberinto.
Era la bala silbando en el desierto, alargándose hacia Dios, recogiendo
las últimas rosas del mundo.
Y todo era fugaz. Y ella era el deseo al lado del deseo.

Era fugaz. Pero duraba.


L.
11 de mayo de 2011

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