martes, 25 de octubre de 2011

DOS POEMAS SOBRE UN PASEO ESPIRITUAL


DESTELLOS DE LA TARDE...

Destellos de la tarde el alma rompe
como un perfil quebrado que agoniza.
La sangre que se altera en cada instante
viene a morir en el reflejo
de esta luz
que tiembla y a sí misma recorre. Miro
por el ojo azul del tiempo
la sagrada libertad que viene tras la lluvia,
desnudez última, irreparable
sombra de alegría
sobre el camino inacabado. Aquí
pienso en la muerte
como se piensa en una herida, como se piensa
en un río que quedó atrás,
perdido en la memoria del verano,
en una tarde seca, en un lugar secreto,
en el resto de un dios sin nombre
que se alargaba como un manto
sonoro y amarillo.



EL CAMPO Y LA CIUDAD... 


Qué tacto de palomas en el aire disuelto.
                                              Gerardo Diego

El campo y la ciudad,
en esta hora de octubre antiguo.
La tarde es este muro que se alarga,
caracol tras la lluvia y tras la muerte.
Escucha el rumor de las pisadas,
el perfume de este día
que mañana será el mismo
(cada acto se repite con el mismo gesto
para dejarnos solos, para guardar la muerte).
Al fondo está la torre de una ciudad
que en los sueños es distinta. Es la catedral
dominando ese desierto de silencio,
ese súbito engaño ante la vida.
Camino despacio. A veces soy feliz. Paseo
como un cuerpo fantasma, como un sonámbulo
que no recuerda quién es, ni qué hace aquí.
Hay palomas que recuerdan a tu nombre,
en la última batalla de tus ojos.
Hay plazas y murallas amarillas. Es un bosque
de piedra gris, de siglos que han pasado
y que encierran en los muros las gotas del tiempo
acumulado. Es un bosque de siglos,
una marea de muerte, una bandera de la vida.
Cuántos hombres pasaron por aquí,
cuántas calles han ardido en la memoria.
Soy un muerto que se esconde de la vida,
paseando al fondo de sí mismo,
dibujando el temblor de la soledad y la última
nostalgia. Indeciso el día se proclama.
La tarde huele a ti. Hay un dios que nunca muere.
Hay un rastro de pieles indefensas: el hombre es este perro,
este pobre perro que camina
atento al viento y a los ruidos.
La tarde está llena de pájaros: el otoño existe
como una estatua entre la niebla. (Ahora pienso en ti.
De nuevo estamos solos. Mi boca se enreda con tu boca.
Cuántos besos habrán muerto en esta calle).

Y me iré pensando en el paseo,
porque todo debe terminar.

Lo que vive es todo lo que ha sido:
ese páramo antiguo, ese bosque de espejismos,
esa sombra última,
                                  ese destello en la memoria.


Luis Llorente
Segovia, 25 de octubre de 2011

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