sábado, 29 de octubre de 2011

AQUÍ MADRID, 28 DE OCTUBRE

Aquí Madrid, 28 de octubre.
Allí ahora, en la memoria. Fugaz
encuentro, fugaz recuerdo.
Distancia paralela al canto. Lejano
paraíso disfrazado de infierno.
Aquí Madrid, ciudad sin término.
28 de octubre. Otoño. La vida arde
como un árbol en la nieve.
(Elena tenía un gusano de música
colgando de sus pestañas,
y Luna se alargaba lentamente
con su mirada tímida). La alegría era una lámina
colgando debajo del zapato izquierdo, y había alcantarillas
debajo de otras alcantarillas. La ciudad
era una ciudad inmensa, disfrazada
de habitación, de pequeña geografía. Territorio íntimo
y fingidamente pronunciado, y recorrido como una rosa recorre
la lágrima de una lámpara amarilla, y apretado con los dientes
hasta caerse de la lluvia muerta, como una cerveza
en la mirada del borracho, como una súbita
esquina hacia la derecha, hacia la luz, hacia nadie, hacia un inmenso callejón
durmiendo a la deriva de la noche. Y la noche lo mismo que un cuchillo.
Y el beso imaginado, la madrugada interminable
como un río interminable a los pies de una montaña interminable.
Y el amor en las ventanas y en el plástico. La lenta descripción de la mentira.
La lenta muerte del paraíso, agotada droga
acabándose hacia ti mismo. (La voz de Judith, los labios
de Odile y su belleza
dibujada en el espejo del baño), y otro espejo oblicuo
que te rompe la boca como un muerto en la noche,
como un desierto que amanece y proclama la distancia como un imperio de siglos.
Madrid, 28 de octubre. He bebido demasiado. Alguien bebe demasiado.
Mañana bebí demasiado. Dejadme este futuro que sólo la muerte habita,
que se va como la vida en los suburbios de la vida,
desolado rincón, y ahora viene ese recuerdo, y me pelliza en los ojos de la memoria,
y es el poema de Amalia, que estaba allí también,
y entonces digo que esto es un invierno mudo,
o un otoño ciego y de hojas invisibles, y cierro los ojos
y estoy en la plaza de Lavapiés, y el mar es un grito
al fondo de la calle, y aquí no hay mar, y esto que está ante mi sangre es Madrid,
y mi sangre sangra, y veo lo que ven los pájaros de Dios
poseídos por la fiebre del insomnio, y estoy allí
pero ya no, pero ya es 29 de octubre y han pasado demasiadas horas.

Y qué suicidio se dibuja en la nostalgia.
Y cuánto tiempo nos habita.
Y cuánta soledad sobre la noche.


Luis Llorente

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