miércoles, 2 de febrero de 2011

EL CAMINANTE

                                  que ciñe al tiempo en ráfagas de música.
                                                 J. M. CABALLERO BONALD

El silencio
se rodea de palabras.
Largo vientre
donde caen preguntas o latidos,
donde una cuerda es fiebre,
algodón o transparencia,
oficio del tiempo en los portones
de una tierra maldita
que desgasta su apariencia. Y va muriendo.
Sortilegio de la vida, agrietado muro,
codicioso llanto. Trémula agitación
de los nombres convocados. Esclavitud del sueño
y belleza de lo sido. Se va la tarde y se levanta el aire.
Se va la tarde y se levanta el vértigo
de las nubes hondas. Es febrero la seca humedad
de este árbol que miro
con los ojos rotos. Se parte el día en dos mitades
extrañamente distintas, que resurgen y conocen el vacío.
Los ojos se acaban y se agrietan, como viejo cuadro o afeitado muro.
Los ojos caen
hacia otro día sin cauce ni medida.
Seco arroyo de la vida, aquí no mires
dónde una voz penetra la tierra como sangre oscura.
No sepas dónde, quédate con la duda que es temblor y alimento.
Es fácil aprender del día. O tal vez se aprende
con los pies cansados. Caminas por tu propia geografía, música
de luz y del aire en transparencia: fulgor que sabe, fulgor que entra.
Prodigioso límite del sueño. Él vacío te mira. Los perros
vuelven por donde se fueron. Los zapatos solo son una envoltura del alma:
dilatada materia hacia la muerte.
Caminas hacia dónde. Dónde estás. Dónde te has perdido.

La distorsión de la mirada, la transfiguración del cuerpo
que desata su alegría sólo en lugares como éste.
Se parte el día. Los ojos van cayendo. Los ojos
saben, los ojos entran.


Luis Llorente

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