las blancas sombras en los claros
días,
las
blancas sombras de las horas santas.
Antonio
Machado
Los días
han cambiado. Cantas en la luz
y regresas
al poema. El mismo de aquel día,
y vuelves
al invierno porque sabes
que este
frío te conoce.
Hunde tus
pasos en la certeza de lo ido.
Todo se
transforma como un rostro
que
comprende la ceniza.
La luz no
parpadea. Aquí la fugaz contemplación
ha desatado
su indolencia.
Eres el
fantasma. Miras pasar
los cuerpos
y los días,
todo
responde a una respuesta inexorable.
Eres el
mismo que la noche conoció
en los
pozos del desorden.
Con cuánta
anunciación el rígido destino.
Con cuánta
levedad
esta
inmensa suerte de vivir.
(No la
evidencia del existir: su belleza,
su don, su
entregada luz
como signo
a lo naciente).
Las
carnales geografías,
los
instantes que pasan
a ser hueso
en la memoria,
constancia
irrevocable de su espectro.
Lo
arraigado, lo que se queda.
Lo que
firme
sabe y da
su suerte,
dosifica su
perenne aurora.
Los
destellos del alba. La noche que cae
y después
vuelve a nacer. Ese ciclo
interminable.
La
resistencia a los desgastes,
lo que se
niega a ser
destruido y
olvidado.
Su venganza
natural.
Esta
simiente,
esta
quietud como un incendio
que abre su
boca y dice amor,
que pulsa
la vida y crea un pájaro.
Este canto
de nosotros, en respuesta a cada voz.
Este
balsámico fluir,
esta
inmediata y leve sombra
entre las
ramas del sol acariciado
como el
niño inocente que a su madre espera.
Luis Llorente
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