Allí la tarde
se quedó danzando,
y la danza no era música:
sólo el latido de los
juncos,
juncos juntos junto al río.
Y no estabas. Pero te veía.
Escribí un verso muy sencillo.
Después vinieron los ruidos
lejanos como un fondo de cruces de niebla,
y aparecieron tus labios
mojados como carne en el regreso,
y empezaste a estar.
Y al final de tu camino
quisiste conseguirme.
Pero el beso era un sueño
del tamaño de una rosa
cruzando un álamo en el aire.
Flotaba el polen.
Era verano, y otoño, e invierno.
Y los tres a la vez
empezaron a chupar la sinfonía de las frutas antiguas.
6-1-2011
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