viendo
la lentitud con que se pierde
serenando
su fin tanta hermosura
Jorge Guillén
Los días
viven. Cautiva está
la
felicidad de una mirada
entre las
sombras de un piano
que suena y
se alarga
como los
muertos de la luz
en el mar
de lo innombrable.
El músico
toca sin estar,
el mirlo
vuela sin el vuelo.
Una
composición inaccesible,
un cuadro
donde los niños juegan al invierno,
un rincón
donde amar
la monodia
interrumpida de la mente.
Cuando
paseo hay lugares cambiantes,
las formas
son el rostro de un fantasma,
los pasos
arden en la lenta tarde de enero.
El día es
un bosque perdido
y su órbita
una mano de fuego
abierta
para conmemorar nuestra alegría.
El poema es
un reflejo
de mí
mismo: soy otro muchas veces
y no estoy.
Y no quiero estar aquí:
la rutina
no es lugar para la magia.
Esta voz es
el comienzo
de un gesto
repetido: hay una deformación en los objetos
que me
permite descender
como la
lluvia en el fondo del silencio.
Hay una
extrañeza en lo observado,
y el
instante legitima
su reflejo.
Y no hay
guante negro para el tiempo. Sólo nos queda
lo que
vemos, lo que somos sin nosotros,
la otra
inteligencia que nos mueve.
Luis Llorente
14 de enero de 2013
(escrito en el móvil mientras caminaba)
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