Estoy tan triste porque soy un hombre
Pedro
Salinas
Las
calles han venido a recordarte
quién
eres. Entregado y absoluto,
en
un viaje cuyo fin es otra vida,
repites
la fábula de los lugares
y
sabes qué te espera bajo el frío.
Como
un campo anegado
se
pierde el horizonte tras el velo de la lluvia.
Una
lenta tempestad, borrosa muerte
que
acunó su geografía.
Mira
cómo las palomas
también
buscan a su dios,
solas
y sordas buscan el grano
de
la mano generosa del azar.
Pero
no es materia el alimento. Lo que buscas
es
el ruido, la alegría de la vida,
el
espejo insoslayable en que mirarse
y
sentir perpetua la belleza,
como
instante raptado,
como
mecánica soluble,
como
lenta aceptación de un mismo vuelo.
A
los edificios llega la luz
y
comercias con tu voz a la deriva,
las
palabras que huyen y profanan
la
sabiduría y los azogues donde hallarte.
Cada
estación es un bosque distinto.
Cada
calle un tiempo conocido.
Todo
pasa a la memoria y te sostienes
cargado
de razón frente al futuro.
Tus
pasos saben
que
el alma es un rincón impermeable,
que
aquí es posible ver la vida
desde
un ángulo preciso,
y
alejado de cualquier mezquindad
o
turbada perspectiva.
Los
vencejos resumen la distancia,
la
mañana es una tela alzada
donde
latir certero
como
el árbol contra la muerte.
Mira
en sosiego
cómo
la luz acaricia los cuerpos,
azota
despacio su sonora existencia,
revela
la historia del rostro
que
contempla también y que camina.
Estar
es un estarse ausente,
una
frágil comunión con otra vida,
una
semilla proclamada en los desgastes,
un
fluir de ardiente luz contra este tiempo.
Luis Llorente
(Los
días transformados)